viernes, 4 de septiembre de 2009

Que valores que vuelan colores de pájaros.
Se asimilan momentáneamente el espectro tardío que irradia la estupefacción.


Querés que volemos.
Y subimos ese avión, en las escalinatas de la frente firme en la pausa daltónica.
(Mientras se consumía un cigarrillo.)
Denota la estela parda a la senilidad.
Puedo robarle flores a la luna.
Que exploten las lujurias que ríen al Sol.
El éxtasis en la pausa maldita.
No es verdad, no es verdad, no es verdad.

La causa estelar.
Todo tiene algún sentido. Y el sentido sideral.

Puedo quebrar tu margarita.
Puedo llorar agua bendita.
Puedo llenarlas vacías.

Sólo juega el juego.
Escupe las pulsaciones, el bajo de la gota de viento.
La máscara linfática y su cara escuálida.




Esa pregunta histórica.




Sólo silencia. No hay más acá.


Qué soy, en el país del Rey
a quienes refugia la icónica melódica.



Que la vaca llore al pato que lamió el color.





Todo sibila alienta el embriago.
Somete al estrago, a desintonizar su cuadrito de venas rotas
La marcha cuál es, cual es.


Y si tuviera alas no vencería el tiempo.
Y friccionaría…

Si no tuviera dudas no estaría segura.

Y cuánto pesa el cielo?

Precisamente.

Y por qué no estaría hablando yo de ovejas?
Mis dudas del palacio es la simplificación de la duda.
Sin la duda de la duda nada debería ser cierto.

Que escondés después del arco iris.
Sí, vos. Con tu dureza de las galaxias.

Se esconde debajo del piano.
Porque no habla idiomas que el oído pueda conservar.
Génesis de aparato de la peste multi espiral.
Que domina, que aparece.
Y te vas solo. Porque sus pasos son vestigio de la duda que jamás, siquiera atrevería a desmentir el vuelo.



Estos sujetos de colores.

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